viernes, 29 de mayo de 2009

BBC

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En la infancia y adolescencia, el tiempo lo marcan las estaciones. Esperas la llegada de las navidades con ilusión, de la Semana Santa con fervor y del verano con hervor. Entre unos y otros no hay nada, semanas tediosas de colegio y algún que otro puente que venga a animar la rutina.

En la plenitud de tu existencia, la rutina se convierte en vorágine, y saltas de una estación a otra sin enterarte. O no os suena la frase: “Si ya está aquí el calor [y yo sin haber sacado la ropa de verano]”. “Las navidades están a la vuelta de la esquina y parece que el verano se acabó ayer”. Al final te da igual que sea primavera u otoño, con tal de tener todo en orden y algún que otro plan / viaje apetecible en un plazo no muy largo.

Pese a todo, dentro del año sí hay dos épocas diferenciadas entre sí:

-La época tranquila.

-La época vertiginosa o de Bodas, Bautizos y Comuniones. Yo añadiría además las barbacoas, que cotizan al alza.

La época tranquila, la de los días cortos y fríos, se caracteriza por la ausencia de planes a la vista y las visitas, más o menos asiduas dependiendo de la lluvia, a los centros comerciales. Caes en lo que, con tu bombo en ciernes, juraste que nunca harías. Pero es que te las ves y te las deseas, llegado el fin de semana, para organizar algún plan a los niños, porque dos días enteros sin salir de casa acaba desquiciando a la familia al completo. ¡Qué ganas de que haga buen tiempo!

El cambio lo marca el súbito alargamiento de los días, casi siempre acompañados del buen tiempo. Qué ganas de terracitas, de cervecitas, de un poquito de calor…

Repentinamente, el comienzo de la época vertiginosa se aprecia por el aluvión de e-mails, llamadas telefónicas e incluso formales invitaciones enviadas por correo ordinario, convocándote a una serie de reuniones sociales, de mayor o menor solemnidad, que van alegrando tu agenda hasta que, después de un par de días, la colapsan.

El regocijo con el que recibes la primera invitación (hasta llamas a tu madre super feliz para detallarle que el vestido que te pusiste en la boda de su prima Maru por fin lo vas a amortizar usándolo en el bautizo del niño del cuñado de tu hermana, o algo así) va dando paso a una suerte de angustia vital cuando te das cuenta de que, o dices al vecino del 3º que, sintiéndolo mucho, no podrás ir a su barbacoa, o te organizas para aparecer en aquella pradera a 30 kilómetros de tu casa, donde ya están las longanizas asándose al carbón (y donde no hay ni un mísero retrete), vestida de gala para tomarte un par de chuletitas después del cocktail de la comunión de tu ahijada y antes de que la niña, vestida como una mininovia, limosnera en mano, corte la tarta con un sable. ¡¡¡Y es que ya van tres invitaciones que le has rechazado al vecino del 3º!!! Cuya mujer es la viborilla de la comunidad, que te va a hacer imposible la vida en la urbanización como oses no aparecer en el evento parrillil.

Y lo que darías tú por pasar el sábado en un centro comercial…

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