lunes, 27 de julio de 2009

Subidón pre-playa

Sabía que no era la única con pelo indomable… Ana pelo-impecable García-Siñeriz subiéndose al megayate con unos bucles dignos de Ricitos de Oro.

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domingo, 12 de julio de 2009

DIME DE QUÉ SE TRATA, QUE ME OPONGO

No sé si la frase que encabeza esta entrada es un refrán, un dicho popular o simplemente una frase que decía mi madre, pero el caso es que me encanta y la uso muchísimo.

La cuestión es que no comprendo porqué en las revistas sobre psicología que te encuentras en las consultas del médico (a la que soy un poco más asidua de lo habitual últimamente, razón por la que surge esta mini-reflexión) o en los suplementos dominicales femeninos (sobre todo) dicen que hay que aprender a decir que no para ser feliz, si NO es de lo primero que se nos ocurre decir en múltiples situaciones.

Número 2 sin ir más lejos, un bebé que tiene 19 meses y apenas balbucea unas pocas palabras, ya sabe oponerse de todas las maneras posibles: niega con la cabeza, vocaliza el monosílabo NO con meridiana claridad y mueve el índice de un lado a otro con ademán reprobatorio. Incluso, si su afán por manifestar su disconformidad es urgente, hace las tres cosas a la vez y repetidamente. El “no” lo suelta en series de a tres, llegando a contar en una ocasión 18 noes seguidos.

No, no, no [pequeña pausa de un nanosegundo] no, no, no [pequeña pausa de un nanosegundo] no, no, no [pequeña pausa de un nanosegundo], no, no, no [pequeña pausa de un nanosegundo]….

Número 1, muy precoz con el lenguaje, tenía el término controlado desde antes de cumplir el año. El SÍ, en cambio, le costó hasta, más o menos, los dos años. Cuando quería asentir, lo que hacía (muy original, ella) era repetir aquello que merecía su asentimiento. Os pongo un ejemplo. Si le decías:

-¿Quieres chocolate?

Contestaba:

-Chocolate.

En cambio si le decías:

-¿Quieres pescado?

Contestaba, claramente:

-No.

Yo misma, y de acuerdo con Mi Propio, siempre digo que no a todo por defecto, como si dentro de mí saltase el resorte de la contradicción antes incluso de digerir lo que él está diciendo. Esto no se lo voy a discutir, mira tú por donde, pero voy a aclarar que si lo hago es porque la libertad de pensamiento es un bien muy preciado y si pienso exactamente lo contrario, expresándolo estoy ejerciendo mi libertad, aunque me equivoque (algunas veces) en mis apreciaciones. Vamos, que no le llevo la contraria sólo porque sí. Y meto la pata a veces, sí, pero tengo razón otras muchas, aunque sea de chiripa. Pero claro, él sólo se acuerda de las primeras.

Volviendo al tema de “Aprende a decir que no en cinco pasos”, y ahora en serio, lo cierto es que cuando te piden algo, y tienes tiempo para meditar la respuesta, es muy difícil negarse. Los que pretenden enseñarte las bondades del no, deberían ser más sinceros y explicarte los daños colaterales para que, estés preparada, si decides ser la más franca, la más libre, la más yo-para-ser-feliz-tengo-que-ser-yo, a:

-Perder amigos que no son capaces de digerir el rechazo.

-Perder tu autoestima con la respuesta del rechazado.

-Perder a tu chico.

-Perder hasta el cuello de tu camisa.

Porque, reconozcámoslo, no todos valemos para todo. Y para decir que no, hay que valer. Si lo dices con inseguridad, se te nota, y pobre de ti, porque el interlocutor sorprendido, en legítima defensa, se tirará a degüello para restablecer su dignidad herida por el rechazo. Es como tirarse de cabeza a la piscina sin conocer la técnica, que te pegas un planchazo. Conozco a pocas personas inmunes al no, pero las hay, aunque sean pocas. Pero seguramente el objeto de tu rechazo, una vez que te decidas a decir que no, no sea de esas personas.

Sólo hubo una situación en mi vida que dije no de manera taxativa a una cuestión muy concreta. En retrospectiva, toda la situación era bastante intrascendente y me hubiera dado igual ceder. Pero había una única razón que hizo que me mantuviera en mis trece: me daban igual las consecuencias y creía estar en posesión de la razón. Y me salió bien, pero ni he ganado nada, ni me siento especialmente orgullosa, y ni siquiera fue un “momento histórico” para recordar. Vamos, que no mereció la pena la que monté.

En general, con el no se arriesga. ¿Y merece la pena hacer de tu capa un sayo teniendo en cuenta los daños colaterales? Depende. Personalmente pienso que NO. Me conformo con que mi Propio se cabree como un mono con mi contradicción inconsciente.